¿Qué garantía existe para que el amor perdure?
La única garantía de que el amor
perdure es que sea auténtico, que tenga la debida calidad y no sea una
caricatura. Si
doy por hecho que la vida de amor se reduce
a saciar apetencias instintivas –propias del nivel
1-, juzgaré imposible que el amor perdure
(nivel 2). Pero no puedo contentarme con esta idea pobrísima del amor.
Tengo que descubrir que el amor es algo mucho más rico y más difícil de lograr: consiste
en una forma muy alta y valiosa de unidad.
Si amas al otro y deseas crear con ella una
relación amor sólido, prometedor. Si de verdad lo quieres, debes tomar cuanto
antes una opción, de forma lúcida, voluntaria y firme: elige el camino de la generosidad, no el del egoísmo.
¿Cómo se construye el camino de la
generosidad?
Todo el que desee unirse a otra persona de
forma íntima, sólida, perdurable, debe realizar acciones que incentiven la
generosidad, y evitar cuanto encrespa el egoísmo.
Quiere decir tomar la generosidad como un
ideal en tu vida. Ya sabes que el ideal no es una mera idea, es una idea motriz, una
idea que encarna un valor muy alto y nos invita a asumirlo como una meta en
nuestra existencia. El que es generoso no intenta nunca reducir de valor a la
otra persona; al contrario, la ayuda a perfeccionarse. Comprobarás por ti mismo
con gozo que amarse no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en una misma
dirección valiosa. Grabemos bien esta idea, que es una clave para toda la vida de
amor: Nada une tanto a dos personas
como hacer el bien en común.
El hombre generoso hace cuanto exige el
encuentro. Encontrarse no es yuxtaponerse, es entreverar todo el ámbito de la
propia vida con el ámbito de la vida de la otra persona; es ofrecerse
posibilidades, enriquecerse mutuamente.
¿Y para poder entreverarse con el otro que
es necesario?
Para entreverarse de esta manera, hace
falta sinceridad. Si no eres sincero, sino mentiroso o falaz, despiertas la
desconfianza en el otro; y entonces ve que te manifiestas como no eres;
reservas ciertas parcelas de tu ser y no te entregas de verdad, ni del todo.
Esa falta de confianza impide al esposo
o esposa abrirse, hacerte confidencias, fundar intimidad contigo. Y Al no haber apertura, es imposible el
entreveramiento y, por tanto, el encuentro.
Además de sinceridad, el encuentro exige sencillez, humildad.
Si eres altanero, tenderás a tratar al otro como un ser inferior, incapaz de
aportarte nada valioso. Esa posición orgullosa te impedirá compenetrarte para
enriqueceros mutuamente. Te recluirá en tu soledad prepotente y Hará inviable
el encuentro.
Para encontrarse hay que intentar comprender a la
otra persona, vibrar con sus deseos y proyectos, simpatizar
con ella. Si de verdad amas al otro,
Esfuérzate en, verla o verlo desde su mundo y no desde el
tuyo. Por otro lado, Debemos ser simpáticos con todas las personas que nos
rodean, pero mucho más con aquella
con la que compartimos nuestra vida. Tal
simpatía exige sacrificio, olvido de los propios intereses y atención a la vida
ajena.
Esa atención, si ha de ser clarividente y
penetrar en la intimidad de la otra persona, necesita el auxilio de la imaginación.
¿Cómo podemos desarrollar la imaginación en
la pareja?
Para comprender cómo es tu marido o tu
mujer, cuáles son sus anhelos más profundos, qué le pide a la vida, qué espera
de ti, necesitas imaginártelo. No está sencillamente ante tu vista. Debes
anticiparlo con la imaginación. Prestando atención a lo más profundo de la
persona del otro. Esta atención a lo profundo constituyen la libertad interior o
libertad creativa. El que es libre no elige, en cada momento, lo que más apetece;
elige lo que le ayuda a realizar el ideal que adoptó en la vida. Tu ideal,
querido amigo, es amar
A tu esposo o esposos, fundar con ella o él
un modo muy elevado y valioso de unidad. Si eliges lo que te lleva a ello, eres
libre. Si no te dejas arrastrar por los instintos que te instan a buscar
ganancias inmediatas, muestras tener soberanía de espíritu, liberta interior.
El hombre libre no se empasta con las
sensaciones agradables de cada instante; sobrevuela la vida, y opta por aquello
que, aun siendo difícil, le ayuda a realizar su vocación y su ideal.
Para ello debe discernir el valor que tiene
cada acción y asumir el valor superior.
Es una ley de vida que, para conseguir un
valor superior, necesitamos renunciar a valores inferiores. Esta renuncia
supone un sacrificio, pero éste no implica una represión, como se nos viene diciendo desde hace al menos dos siglos. Yo
me reprimo si renuncio a un valor y me quedo en vacío. Si lo hago para
conseguir un valor más alto, no me reprimo, no bloqueo el desarrollo de mi
personalidad sino que lo llevo adelante.
Esa apertura requiere libertad interior.
Hay que ser libre interiormente para poder amar con autenticidad. El que se
deja arrastrar por sus fuerzas instintivas y no las ordena a la realización del
gran ideal de crear una profunda unidad personal convierte los instintos en pasiones, es
decir, en fuerzas indómitas que no le permiten adaptarse respetuosamente a lo
que es y quiere ser la otra persona y a lo que es y debe llegar a ser él mismo.
La sumisión a los instintos hace al hombre impaciente.
Los casados ponen su libertad de maniobra al servicio de su libertad
creativa, su capacidad de crear en común un
hogar y realizar el milagro de dar vida en él a nuevos seres. Pocas realidades
encontramos en la vida tan valiosas como un hogar, un «focus», un lugar donde
arde el fuego del amor oblativo. Crear algo tan valioso requiere una libertad interior capaz
de superar el apego a los propios intereses. Tal forma de libertad supone una
notable elevación de espíritu.
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